Cuento Breve

miércoles, 13 de agosto de 2008

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EL DÍA INEVITABLE

Escrito por Patricio Brito – Figari

Mientras caminaba por Aníbal Pinto a paso veloz una sensación repentina me detuvo. Giré inmediatamente. Casi al segundo mi vista se clavó al costado de la vereda donde había un cuerpo tendido boca abajo. Quizás era un borracho cobijado por la brisa invernal, tal vez un cardíaco o simplemente un pobre tipo al que le llegó su hora. No lo supe en ese momento, tampoco permití que me importara; por eso luché contra esa energía que me había obligado a observarlo y después de vencerla continué raudo al Centro Cultural donde se estaba dictando un taller literario.


Cuando llegué a destino me abrumó ver que todos los participantes del taller se dirigían hacia la calle con rostros desencajados. No alcancé a saludarlos pues su prisa era tan vehemente que sólo me dejó tiempo para retirarme de la puerta con un salto casi felino. Sentí que si no lo hacía iba a ser apabullado por esa avalancha de gente alterada.

- ¡Bueno! – Exclamé con cierta dosis de humor negro –, algún alma en pena los habrá asustado.


Entonces entré a la sala y me senté al lado de una ventana. Dadas las circunstancias intenté aquietar mi cuerpo cerrando los ojos a la espera de que todos regresaran.


Como los minutos comenzaron a pasar y no quería que ese momento se transformara en tedio, decidí quitarme la careta de hombre insensible que llevo por compañera, y dejé que mi mente viajara hasta aquella vez en que nació mi pequeña hija. Fue un hermoso día, mágico y probablemente irrepetible, no sólo porque permitía satisfacer mi anhelo de entregarle a este mundo una preciosa criatura, sino que además porque era el fruto del amor que sentí por mi mujer desde el primer minuto en que la conocí. Sí, definitivamente la vida me había sonreído, y aunque también la adversidad formó parte de ella, sus avatares jamás fueron suficientes para negar mi dicha secreta.


Cuánto hubiera querido en ese instante de reflexión continuar escudriñando en el pasado, pero un grito ahogado que vino desde afuera me interrumpió:


- ¡Está muerto... está muerto! – Dijo alguien con voz entrecortada.


Entonces me reincorporé y recordé aquel cuerpo que estaba tirado en la calle, ¿se referirían a él, quizás?... Bueno – pensé – habrá que ir a ver qué está pasando. Me puse de pie para salir a la calle a paso lento y constaté que no me había equivocado pues mucha gente se encontraba a su alrededor.


Mientras me acercaba, miles de sentimientos invadieron de manera súbita todo mi ser pugnando por manifestarse, y se sumaron a una indescriptible sorpresa al ver que era mi humanidad la que yacía completamente inerte; sin embargo en ella se apreciaba esa cara que ya no era mía, con un semblante lleno de agradecimiento por haber tenido la oportunidad de conocer en carne y hueso lo que significaba existir. Esta vez quise gritarlo a los cuatro vientos, quise gritar que había sido feliz, que conocí la plenitud y también el amor, no obstante ello ya no podía, porque ese día inevitable para mí había llegado.



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